📩 Carta enviada al periódico
Mi historia comienza en Colombia, un país donde la vida da giros inesperados y la belleza se entrelaza con los desafíos económicos y políticos.
En busca de un futuro mejor para mi familia y para mí, decidí viajar a Polonia. Sin embargo, en el trayecto, experimenté un momento que marcaría mi destino: hice una escala en los Países Bajos, en el aeropuerto de Schiphol.
Pasé una noche en un hotel a las afueras de la ciudad y, desde la ventana de mi habitación, observé la inmensidad de la infraestructura, la amabilidad de la gente y el orden que reinaba en el ambiente. En ese instante, me enamoré de este país y me hice una promesa: Aquí volveré. Fue como lanzar un hechizo al viento.
Al día siguiente, continué mi viaje hacia Polonia. Aunque el país tenía su encanto, la realidad no fue la esperada. Enfrenté dificultades laborales, conflictos interpersonales y una economía que no mejoraba.
Seis meses después, encontré un empleo en un sector que jamás imaginé: la industria cárnica. No era el trabajo soñado, pero mis ganas de salir adelante fueron más fuertes que cualquier obstáculo.
Tiempo después, un conocido me habló de una oportunidad en los Países Bajos. No parecía la oferta más formal, pero algo dentro de mí me impulsó a tomar la decisión de partir de un día para otro.
¿Qué es lo peor que puede pasar?, me dije. Dejé todo atrás y emprendí el viaje.
Desde entonces, ha pasado un año y seis meses. A pesar de las dificultades propias de la adaptación a una nueva cultura, he encontrado en los Países Bajos un hogar.
Cada día aprendo algo nuevo y sigo maravillándome con este país que me recibió con los brazos abiertos.
Como latino, sé que hay diferencias culturales y retos, pero este lugar me ha brindado oportunidades y estabilidad. Sin embargo, mi corazón siempre estará dividido entre mi bella Colombia y este país que ahora también llamo hogar.
Atentamente, Santiago

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