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Una taza de barro y una vecina que me salvó

📩 Carta enviada al periódico
Estimados,
A veces la felicidad llega en los momentos más inesperados. Hace dos años vine a los Países Bajos para acompañar a mi pareja, que consiguió un trabajo en Rotterdam.
Yo no hablaba neerlandés, no conocía a nadie, y dejé atrás mi carrera y mi familia. Al principio me sentía invisible. Me costaba incluso saludar a la gente sin dudar.
Un día decidí apuntarme a un curso de cerámica de mi barrio. No sabía nada de barro ni de tornos, pero necesitaba salir de casa.
La primera clase fue un desastre. Rompí dos piezas y me llené de arcilla hasta las cejas. Pero también fue la primera vez que me reí en mucho tiempo.
Ese día conocí a Anneke. Una vecina de 72 años que apenas hablaba inglés, pero no necesitamos palabras para entendernos. Se sentó a mi lado, me ayudó con mis torpes intentos de modelar y me invitó a su casa como si fuésemos viejas amigas.
Me presentó a su gato, y casi sin darme cuenta, se convirtió en una rutina cada semana después de clases. No sé cómo explicarlo, pero su compañía me sostuvo cuando más lo necesitaba. Le estaré siempre agradecida por haberme abierto su puerta, su tiempo y su corazón.
A veces vendo mis piezas online o a mis vecinos. Nunca imaginé que reinventarme en otro país, empezaría así y encontraría un nuevo hobby.
Gracias por dejarme compartirlo.
Luz M.
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