Nunca imaginé que ser madre en otro país sería tan diferente. Me llamo Cristina, tengo 37 años y hace seis que vivo en los Países Bajos. Mi hija, Julia, nació aquí y su crianza ha sido un choque cultural constante para mí.
Cuando me quedé embarazada, esperaba que el sistema de salud funcionara como en España: revisiones constantes, ecografías frecuentes, médicos atentos a cada detalle. Pero aquí el enfoque es otro. Me decían que el embarazo no era una enfermedad, que todo debía ser lo más natural posible, y que solo debía preocuparme si algo iba realmente mal. Al principio, me sentí desprotegida, como si tuviera que estar adivinando si todo iba bien. Pero poco a poco entendí que aquí confían mucho en la capacidad del cuerpo y en que no todo necesita intervención médica.
El mayor choque llegó después del parto. En España, las familias suelen estar muy presentes, ayudando en los primeros días. Pero aquí, lo habitual es que las madres vuelvan rápidamente a su rutina sin depender tanto de otros.
La ‘kraamzorg’ (una enfermera que te ayuda en casa durante la primera semana) fue un alivio, pero después de eso, me sentí sola muchas veces. También me costó aceptar algunas diferencias culturales: en España, los bebés suelen ir bien abrigados; aquí, los sacan al frío desde pequeños, sin miedo. En España, los niños suelen dormir con los padres al principio; aquí, casi desde el primer día, duermen en su propia habitación.
Pero lo más sorprendente fue darme cuenta de algo: aunque al principio me parecían frías y distantes, las madres neerlandesas tienen algo que admiro profundamente. Son independientes, seguras y enseñan a sus hijos a serlo también. Aquí los niños van en bici al colegio desde pequeños, juegan bajo la lluvia sin que nadie se preocupe y tienen una infancia mucho más libre. Ahora veo a mi hija creciendo sin miedo, confiada en sí misma, y entiendo que quizás esta forma de crianza tiene algo especial.
Todavía extraño muchas cosas de la maternidad en España, pero he aprendido a valorar lo que este país tiene para ofrecer. Ser madre aquí me ha cambiado más de lo que imaginé.
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